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viernes, 3 de diciembre de 2021cermi.es semanal Nº 461

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Opinión

3 Píldoras informativas sobre el bienestar de las personas con discapacidad*

Por Gloria Álvarez Ramírez, doctora en Derecho. Consultora social

03/12/2021

Gloria Álvarez Ramírez, doctora en Derecho. Consultora socialExisten tres aspectos que podrían estar trabajando en conjunto para crear impactos nefastos en el bienestar de las personas con discapacidad pero que la mayoría de las políticas y prácticas actuales ignoran. Las microagresiones, la soledad y las intersecciones son problemas dramáticamente subestimados que, todavía, no suscitan la suficiente reflexión, contribuyendo así a que el bienestar de la población con discapacidad se vislumbre como algo lejano.
 

1. Los impactos negativos de las microagresiones en las personas con discapacidad.

 
Existen diversas maneras de discriminar a las personas con discapacidad. En algunos casos, los actos discriminatorios son evidentes como su exclusión del mercado laboral, los obstáculos para alcanzar una educación inclusiva, o la falta de accesibilidad al medio físico y al transporte. Otras veces, adoptan formas encubiertas o sutiles que pueden ser fugaces, ambiguas y fácilmente pasadas por alto, pero que tienen efectos perjudiciales sobre el bienestar de esta población. A estas expresiones de discriminación se les ha venido a denominar microagresiones, a las cuales apenas se les ha prestado la debida atención. 
 
Las microagresiones se definen como indignidades cotidianas, transmitidas intencional o involuntariamente por palabras, actos o entornos que, por lo general, comunican mensajes hostiles y despectivos a personas de grupos desfavorecidos. 
 
Aquellas dirigidas hacia las personas con discapacidad tienen una variedad de apariencia: La asociación de ciertas discapacidades con figuras ficticias con connotaciones cómicas y grotescas, evitar o ignorar la presencia de la persona con discapacidad para no interactuar con ella, asunciones referidas a su asexualidad o hipersexualidad, o la minimización de la discapacidad cuando ésta no es visible. El uso aún generalizado en nuestro país de expresiones como “subnormal”, “mongolo” o “retrasado” como formas de insulto, son muestras de insensibilidad y constituyen también microagresiones que refuerzan una imagen mental previa negativa y prejuiciosa hacia la discapacidad que, al estar tan impregnadas en el lenguaje cultural no se corrigen, lo que permite que ocurran con regularidad. 
 
Por lo general, las microagresiones son involuntarias o incluso bien intencionadas: El trato condescendiente y paternalista, o el uso de un lenguaje infantilizado, especialmente utilizado con un adulto con discapacidad intelectual, son aparentemente inocuos; así como aquellos comentarios que parecen un cumplido: “que bien lo hace el tontito”. Sin embargo, son igualmente microagresiones que reflejan actitudes capacitistas que entrañan una perspectiva discriminatoria y que generan un etiquetamiento negativo de estas personas. 
 
Estas microagresiones para los no afectados pueden resultar invisibles e inofensivas; pero en realidad, son desaires sutiles o signos de inconsciencia, expresiones de evasión o invalidación de la experiencia de la discapacidad que conllevan metacomunicaciones degradantes en las que los mensajes se ocultan, constituyendo formas incesantes de discriminación, y que pueden causar dolor y tener grandes impactos en la salud mental, la salud física y la vida social, en otras palabras, en el bienestar personal y social de las personas con discapacidad. 
 
Aunque mejorar la vida de la población española con discapacidad nunca ha sido una prioridad tan alta, en términos legislativos y políticos, como lo es ahora, seguimos sin protegerla en muchos aspectos. En este sentido, los desafíos sociales son los más perniciosos. Por ello, al hablarse de discriminación en discapacidad, no solo hay que hacer referencia a la que se produce de modo explícito, sino también a la discriminación sistémica inconsciente a través de las microagresiones. No hay intención alguna con esto de crear una cultura de victimización, sino de sacar a la luz los prejuicios irreflexivos que tienen un efecto negativo acumulativo en el bienestar de las personas con discapacidad y sobre los cuales es indispensable concienciar. 
 

2. La soledad acecha cruelmente a las personas con discapacidad.

 
La soledad se reconoce cada vez más en todo el mundo como un problema crítico y uno de los principales peligros para el bienestar de nuestro tiempo. En España, donde el envejecimiento de la población, la dispersión geográfica, y un modelo de sociedad que avanza aceleradamente a la desvinculación y ruptura de las redes sociales y familiares, la soledad constituye un enorme reto. 
 
Si bien es un fenómeno generalizado, la soledad afecta con más intensidad a quien tiene una discapacidad. Aunque no existen datos oficiales al respecto, ya que la tarea de actualizar la información cuantitativa sobre esta población todavía no se ha resuelto en nuestro país, se revelan altas tasas de soledad autoinformada entre las personas con discapacidad. La imagen que describen es cruda y alarmante. Muchos se sientenignorados, aislados, desconectados, sin pertenencia, con pocos apoyos sociales… excluidos de la sociedad. 
 
La desventaja sistémica que experimentan las personas con discapacidad que sufren una discriminación estructural sin los suficientes recursos y/o apoyos implica que pueden sentirse excluidos de muchas maneras: bien, por no tener hogares que satisfagan sus necesidades y les permita vivir con dignidad; ya sea tratando de encontrar un transporte accesible o un grupo deportivo o comunitario inclusivo, al visitar un museo o un restaurante inaccesible; cuando no son valoradas sus habilidades por los empleadores; por las actitudes displicentes de otras personas o por la ausencia de tecnología o asistencia adecuada para que puedan interactuar en línea, y así una larga lista. Estos problemas tienen efectos devastadores y pueden significar, por ejemplo, que no gocen del aspecto social que el trabajo proporciona, vivir con un ingreso inadecuado que les impida priorizar la conexión social, que no les resulte fácilmente socializar en los lugares donde otras personas lo hacen, o que los amigos y la familia se distancien. 
 
Son varias las razones por las que debemos tomarnos en serio este asunto. Experimentar soledad severa y prolongada puede tener consecuencias significativas en la salud física y mental a largo plazo, e incluso acortar la esperanza de vida. Pero el aislamiento social también se asocia con disminuciones sostenidas en los sentimientos de bienestar y la satisfacción con la vida. Si no tienes amigos, gente con quien compartir, se pierden experiencias de vida.
 
La necesidad de relacionarnos es parte de lo que somos: nacimos listos para formar conexiones significativas; y aunque todos nos sentimos solos de vez en cuando, las personas con discapacidad no padecen una soledad transitoria, sino que es crónica y no deseada. El estar solo, sin desearlo, es doloroso; pero la soledad acompañada, aquella que se vive cuando se está rodeado de gente, también provoca una enorme aflicción. La infamia de la soledad y el aislamiento social a las que la sociedad somete a las personas con discapacidad, con frecuencia de manera velada y cruel, es una huella dolorosa de privación y ausencia de derechos que conlleva bajísimos niveles de bienestar para este grupo poblacional.
 
La miseria y el sufrimiento causados por la soledad crónica y no deseada son muy reales y deben ser atajados en conjunto y a través de un enfoque colaborativo, ya que, como especie social, somos responsables de evitar que la soledad sea el fertilizante de personas que languidecen, y a la vez, forjadores de conexiones emocionalmente ricas y vidas florecientes.
 

3. Las identidades de las personas con discapacidad también son interseccionales.

 
Las personas con discapacidad, como las demás, no son un grupo homogéneo de individuos. Son personas complejas y multifacéticas, con muchos atributos entrelazados que conforman su identidad. Esta no se restringe exclusivamente a ciertos elementos (aspectos corporales, habilidades), sino que coexisten otras dimensiones que se producen a través de una variedad de categorías biológicas, culturales y sociales (género, edad, raza, orientación sexual etc.).
 
En el término interseccionalidad radica la idea de que estos ejes de identidad no existen separadamente entre sí, sino que se cruzan en diversos y simultáneos niveles pudiendo magnificar la discriminación y la marginación que podría experimentar una persona. Propone, en consecuencia, que debemos pensar en cada elemento o rasgo de un individuo como ineludiblemente unido con todos los demás para comprender hasta qué punto es crucial mirar de forma completa la identidad de alguien. 
 
Esta mirada integral que ofrece la lente interseccional permite captar cómo la identidad afecta las vidas de las personas con discapacidad de maneras que a menudo no se reconocen ni se entienden. El lugar donde viven y van a la escuela, el acceso a los recursos, sus necesidades de atención y acceso sanitario, entre otros, se ven afectados por las muchas facetas de identidad. 
 
Las mujeres y niñas con discapacidad suelen estar expuestas a un riesgo mayor, dentro y fuera del hogar, de violencia, lesiones o abuso, abandono o trato negligente, malos tratos o explotación.
 
Las personas LGTBI con discapacidad enfrentan una falta de servicios inclusivos y pueden ser excluidas de los recursos ofrecidos a sus contrapartes cisgénero y heterosexuales.
 
Las personas con discapacidad, de modo particular, los mayores de 65 años que viven en zonas rurales experimentan en mayor medida situaciones de aislamiento y soledad.
 
La interseccionalidad -cualquiera que sea la forma en que se manifieste- es un factor determinante en el bienestar de las personas con discapacidad. Sin embargo, sigue siendo un área particularmente descuidada en las actuaciones dirigidas a esta población. Con demasiada frecuencia no se tienen en cuenta las experiencias y los conocimientos especializados de las personas que se enfrentan a una discriminación cruzada. 
 
Sin un enfoque interseccional corremos el riesgo de excluir a las personas con discapacidad del acceso a derechos humanos importantes. Este enfoque representa un mecanismo fundamental para detectar los factores que se intersectan e interactúan con el factor de la discapacidad, permitiendo orientar políticas e intervenciones, y diseñar estrategias de desarrollo y bienestar específicas en función de los distintos contextos, ya que el bienestar es concebido de forma variada y acumula muchas brechas diferentes para cada persona.
 
No existe un enfoque interseccional de talla única ni hay una lista paso a paso de la práctica interseccional; sin embargo, lo importante es comenzar a pensar en la interseccionalidad como la vía para dar visibilidad a diversos grupos de personas con discapacidad y proporcionarles el apoyo que necesitan para evitar que las diferentesformas de discriminación a las que se enfrentan se exacerben impidiendo que alcancen mayores cotas de bienestar.
 
* “El bienestar personal y social como derecho. Determinantes, indicadores y garantías de efectividad para las personas con discapacidad. Estudio/Informe del CERMI estatal. 2021” recoge y explica de manera completa estos aspectos.
 
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